Mamita Yunai: la del oro verde

Los amargos frutos de la United Fruit




                            La Compañía Frutera Inc. 
                          se reservó lo más jugoso, 
                               la costa central de mi tierra, 
                              la dulce cintura de América. 

Pablo Neruda


            Actualizando el esquema de la East Indian Company, mediante la cual el imperio británico había monopolizado el comercio del té y el opio en Extremo Oriente, desde el último cuarto del siglo XIX, se instaló en diversos países de América un grupo de empresas estadounidenses, con el objetivo de monopolizar la explotación y el comercio de recursos naturales a nivel continental. La inversión de capitales para promover el desarrollo fue la fachada de un sistema de corrupción política y violencia armada para optimizar el saqueo económico. Prueba de ello es que en muy pocos años estas empresas devinieron inmensamente ricas y poderosas, mientras aquellos países en los que invirtieron fueron proporcionalmente sometidos y empobrecidos.
            El principal referente de este modelo empresarial fue la United Fruit Company (UFCo), fundada en 1899, que se dedicó a la producción y comercialización de frutas tropicales, principalmente banana y ananá. Conocida como “La Frutera” o “Mamita Yunai” (adaptación fonética del vocablo “United”), en pocos años, acaparó más de medio millón de km2, en los territorios de Costa Rica, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá, Cuba, Jamaica, República Dominicana, Colombia y Ecuador. Su patrimonio incluía también una flota de cuarenta embarcaciones de transporte, casi 500 km de líneas férreas, concesiones de puertos, correos, medios de comunicación, usufructos aduaneros y unos doscientos mil empleados, también considerados propiedad de la empresa.  

            En líneas generales la relación de la UFCo con los países en los que operó se basó en una negociación espuria entre el grupo inversor y un sector del poder político. La compañía realizaba una inversión en desarrollo (muchas veces necesaria para su propio funcionamiento), generaba empleos en las zonas rurales, enriquecía ilícitamente a los funcionarios públicos y garantizaba el apoyo político de Washington al régimen vigente. A cambio, recibía en concesión la explotación de una basta porción de territorio, sustantivas exenciones impositivas y una deshonesta flexibilidad en materia de legislación laboral. En un clima tan propicio las posesiones de la UFCo no tardaron en transformarse en verdaderos Estados dentro del Estado, con sus propias leyes, su propia justicia, sus propias fuerzas de seguridad y hasta su propia moneda.
En resumen, fue una nueva versión de la trillada historia, repetida hasta el hartazgo desde las independencias hasta los bicentenarios, de la clase política americana ejerciendo su “derecho” de enajenar la riqueza y la soberanía nacional para satisfacer su ambición de poder y engrosar sus patrimonios personales. La corrupción de las oligarquías centroamericanas, que se hizo por demás evidente en los negociados con La Frutera, motivó al humorista O. Henry a acuñar el término “repúblicas bananeras”, que aún se utiliza de modo peyorativo para referirse a los países americanos con gobiernos dictatoriales y corruptos.  
            En materia de reglamentación laboral la United Fruit diseñó un régimen de explotación muy próximo a la esclavitud, que sería adoptado por una gran cantidad de transnacionales que operaron en las zonas rurales de América. El conchabo se realizaba mediante el pago de un adelanto que se convertía en deuda, en virtud de la cual el empleado perdía su derecho a renunciar o a abandonar las instalaciones. Las jornadas laborales eran de sol a sol, tanto en invierno como en verano, los siete días de la semana. Los sueldos se pagaban en bonos que sólo tenían curso legal en los almacenes del establecimiento, donde las mercaderías costaban cuatro o cinco veces más caras, impidiendo de este modo que los obreros pudieran cancelar la deuda inicial. El moño que aseguraba el paquete era una estricta prohibición de cualquier tipo de actividad sindical, un delito cuya comisión podía pagarse hasta con la vida.
            Para evitar las fugas y garantizar el orden en caso de conflictos Mamita Yunai contaba, en todos los países en los que operaba, con personal armado, que protagonizó innumerables hechos de violencia sobre los obreros. En los casos en los que la propia seguridad no fue suficiente para sofocar los levantamientos, vía Washington, la dirección presionaba al gobierno para obtener la intervención de las fuerzas armadas locales. El caso más destacado fue la “Masacre de las Bananeras”, producida en Colombia, en 1928, donde la represión de una huelga dejó un saldo de más de seiscientos obreros fusilados por el ejército nacional.
            Cuando algún gobierno intentaba oponerse a sus intereses la Frutera recurría a la presión política y económica a través de la Casa Blanca. Si la diplomacia no era suficiente, se pasaba a la siguiente instancia: tácticas de desestabilización político-social, a través de la CIA, que podían llegar incluso al Golpe de Estado. Los gobiernos depuestos eran reemplazados por férreas dictaduras, capaces de mantener a raya a la oposición e implementar las políticas económicas propuestas por Washington. Manuel Estrada Cabrera y Jorge Ubico, de Guatemala; Rafael Trujillo, de República Dominicana; Anastasio Somoza, de Nicaragua; Tiburcio Carías, de Honduras, flor y nata de los tiranos americanos, fueron sólo algunos de los aliados de la United Fruit que gozaron del beneplácito de Estados Unidos, a pesar de no ser justamente adalides de la democracia.      
El caso más emblemático fue el de Guatemala, donde la compañía tuvo mayores intereses y produjo más daño. Había arribado al país durante la dictadura de Estrada Cabrera, quien le otorgó setenta mil hectáreas de tierras a elección (que luego se cuadruplicarían), la eximió de impuestos durante noventa y nueve años, le otorgó la concesión de los ferrocarriles y de un puerto. A mediados del siglo XX Guatemala era uno de los países con mayor índice de concentración de las riquezas, donde el 70% de la tierra pertenecía al 2,2% de la población. Para comenzar a revertir esta situación el presidente Juan Jacobo Arbenz ordenó una revisión de los latifundios y posterior reforma agraria, que incurrió en la temible cólera del principal terrateniente: Mamita Yunai, a la que le fueron expropiadas 83.000 de sus 250.000 hectáreas. Meses después la CIA declaró que Arbenz tenía inclinaciones comunistas y organizó un golpe de Estado, con desembarco de marines incluido, que derrocó al presidente democrático y lo reemplazó por un gobierno de facto. A raíz de este hecho se desató una guerra civil que duró treinta y seis años. Si quedan dudas acerca de la relación entre La Frutera y el golpe de Estado bastará recordar que el Secretario de Estado de Eisenhower, John Foster Dulles, era  abogado y accionista de la UFCo, y su hermano, Allen Dulles, director de la CIA. 
Pero ni siquiera el apoyo del imperio es infalible y el gigante del oro verde también sufrió sus derrotas. La primera fue en 1935, cuando Mamita debió retirarse de Nicaragua debido a los reiterados sabotajes y ataques guerrilleros que el ejército de Augusto César Sandino le infringiera a sus posesiones, preludiando la retirada total de las fuerzas armadas norteamericanas. La segunda fue un cuarto de siglo después, en 1959, cuando la Revolución Cubana expropió la totalidad de las plantaciones de La Frutera, dedicadas principalmente a la explotación de caña de azúcar, y deportó a todos sus ejecutivos norteamericanos.




Chiquita Brands: el bebé de Rosemary
                                                                                              




             En la década del ’70 la reputación de United Fruit llegó a ser tan cuestionada que no era bienvenida en casi ningún país del continente. A comienzos de la década fue absorbida por un poderoso grupo económico relacionado con George Bush (padre) y, para renovar su imagen, cambió su nombre por Chiquita Brands. A mediados de los años ‘90, sesenta años después de la Masacre de las Bananeras, Mamita decidió regresar a Colombia, con distinto nombre pero con las mismas intenciones.
            Para volver a controlar la región bananera el directorio de la empresa diseñó un plan llamado Retorno en Urabá, que consistía en el control paramilitar del territorio y la aniquilación de los grupos opositores. El primer paso de Chiquita Brands fue financiar la campaña electoral para gobernador de Antioquía de un joven empresario ganadero llamado Álvaro Uribe Vélez quien, una vez electo, liberó las zonas rurales al funcionamiento de grupos clandestinos, armados y financiados directamente por la Casa Central de la empresa en Cincinnati. La reducción de la oposición, tanto comunista, como nacionalista, indígena, campesina y sindical concluyó con cientos de colombianos muertos en lo que se conoció como el Genocidio de Urabá.   
            El 14 de abril de 2004 la Organización de Estados Americanos (OEA) premió a Chiquita Brands por su “responsabilidad social contra la pobreza y la corrupción”. Un mes después se desató el escándalo, cuando el directorio de la empresa debió aceptar públicamente que había asignado partidas de dinero a un grupo terrorista de Colombia. Durante la investigación la Fiscalía del Departamento de Justicia pudo probar que Chiquita Brands financió grupos paramilitares colombianos desde 1997 y que envió armamento de manera ilegal en repetidas oportunidades. El mayor de estos cargamentos ingresó al puerto antioquiano de Carepa el 5 de noviembre de 2001, en un barco de bandera panameña proveniente de Nicaragua, por supuesto, durante la gobernación de Álvaro Uribe. El cargamento consistía en catorce contenedores con 3000 fusiles AK-47 y 5.000.000 de proyectiles calibre 5,62mm.
             Como resultado del proceso la Justicia estadounidense impuso a Chiquita Brands el pago de una multa por sus actividades ilegales, pero ninguno de sus directivos fue a prisión. Ante el escándalo el presidente Álvaro Uribe no tuvo más remedio que presentar al gobierno de Estados Unidos un bochornoso pedido de extradición de los responsables del Genocidio de Urabá. Para su tranquilidad, el pedido fue rechazado, aduciendo que los acusados eran ciudadanos norteamericanos, cuya extradición no correspondía porque, si bien habían financiado “actividades de autodefensa paramilitar”, no habían cometido ningún crimen contra la humanidad. 
         Poco después de este mal trago por sus relaciones con grupos terroristas colombiano-estadounidenses, el presidente Álvaro Uribe Vélez no vaciló en volverse a aliar con Estados Unidos, esta vez para violar la soberanía de Ecuador con una operación militar clandestina que terminó con el asesinato de dos dirigentes de las FARC. Todo, por supuesto, en nombre de un alto objetivo: la lucha contra el terrorismo.




Para leer: 

   Miguel Angel Asturias: El Papa Verde. (Novela)
-      Carlos Luis Fallas: Gentes y Gentecillas. (Novela sobre la vida en una plantación)
-      Carlos Luis Fallas: Mamita Yunai: el infierno de las bananeras. (Novela sobre la vida en una plantación de Costa Rica).
-      Richard H. Immerman: La CIA en Guatemala, The Foreign Policy of Intervention. (Apoyo a la UFCo de Guatemala, vía la CIA. Investigación).
-      Gabriel García Márquez: Cien años de soledad. (Novela)
-      Pablo Neruda: “La United Fruit Co.”, en Canto General. (Poesía)
-      Carlos Arango: Sobrevivientes de las Bananeras. (Crónica de la Masacre de 1928).
-      Bucheli Marcelo: Bananas & Business: the UFCo in Colombia 1899-2000
_    Stanley Diane: For the Record: The sixty six years of the UFCo in Guatemala